mi cabeza funciona así:
leo que "en el espacio los astronautas no pueden llorar: a falta de atracción gravitatoria, las lagrimas no pueden fluir".
inmediatamente me pregunto si los peces lloran*. y si es así, cómo demonios lo han podido comprobar.
pienso si el mar no será otra cosa que lágrimas de peces tristes y bañistas melancólicos.
por unos segundos me planteo la posibilidad de viajar en el tiempo, ir a los años 30-40 y pasar una temporada en un balneario del norte, en una silla de mimbre con las piernas tapadas por una de las mil mantas que he tejido para pagarme la estancia en el lugar.
lo descarto, mis mantas no pueden pagarme viajes en el tiempo.
(pero sí tapar mis pies fríos y protegerme mientras sueño)
sigo leyendo. más bien lo intento, veo de reojo la palabra astronauta y empiezo a pensar en el asteroide del principito. cómo iba a poder regar su rosa: si en el espacio no se puede llorar tampoco se puede regar.
quiero ver baobabs. quiero abrazar un baobab (esto ni siquiera lo pienso, es como una imagen que me asalta por dentro, como si alguien hubiese encendido de repente un reproductor de diapositivas en mi interior).
cierro los ojos.
me recojo el pelo (el pelo en la cara me molesta las ideas).
sigo leyendo:
"se estima que millones de árboles en el mundo son plantados accidentalmente por ardillas que entierran sus nueces y se les olvida dónde las escondieron"
ya no estoy aquí, he cogido mis prismáticos y he salido en busca de nueces olvidadas.
volveré pronto. lo prometo.
y sí, les daré recuerdos a las ardillas.
de tu parte.
(gracias por seguir por aquí)
*mi hermana me había hecho reír hace poco preguntándome, con toda la seriedad posible con la que uno puede hacer una pregunta de este calibre, si los peces sudan.